12.2.13

Capítulo III



Termina la labor del día y regreso a casa. Tratando de no ser víctima por 30ma vez de una crisis existencial, me dejo llevar por los vicios de internet. Youtube es un sitio en el que podría pasar horas y horas. Una de mis cosas favoritas son los covers hechas por personas no “artistas profesionales”. Desde ya que si a mis oídos parecen agradables y descubro un sello de especialidad, los considero automáticamente grandes artistas. Obvio es que no cualquier artista es Bach, ni Thom Yorke, pero con que transmita cierta magia es suficiente.

Hablando de música, me considero una persona con buen oído y buen gusto musical. Pero si me abstraigo y me observo, me pregunto ¡¿cómo puedo ser tan pedante!? De todos modos, nadie me puede venir a juzgar, pero mantener tal premisa supone que tampoco debería juzgar a los demás. Sonó bien, ¿no?, pero ni yo me lo creo. Considero gente inferior a la que se lanza a las barbaridades y simplezas musicales como son las cumbias y reggeatones actuales. Hago la salvedad con  “actualidad” como gesto de respeto hacia los orígenes y raíces de estos géneros. Claro es que el siglo XXI se ha encargado con vehemencia en destruir una cultura, por lo que se atrevió sin vergüenza a iniciar una desculturización. En otras palabras: se comprometió a defecar siglos de cultivo humano.

Se hacen las 20hs y me lleva a pensar que es inútil cocinar solo para una persona. Solución instantánea: desayuno. He pasado varios días adoptando el desayuno como base de las cuatro comidas diarias. Aún así, no paso más de tres días así  hasta que mi cuerpo me pide alimentos más sólidos, y  de tal manera, el hambre termina venciendo la pereza culinaria. Luego del rito diario, me decido a incorporarme entre las sábanas y la almohada. Busco zambullirme de lleno al sueño placentero y anesteciante pero a dos segundos una sobresaltación asustadiza tensiona mi cuerpo. No logro relajarme, y tampoco comprendo por qué. Viví la sensación de haberme caído de una hamaca. No temía caerme y golpearme contra el suelo, temía caer en la nada, en el vacío. Generalmente, luego de sobresaltarme, no consigo conciliar sueño, y quedo en la intemperie de la reflexión. Automáticamente  una frase se hace presente en mi mente: “Una persona que bordea el peligro, que se aproxima a la cornisa, en busca de aquello que satisface sus inquietudes existenciales, es aquella que anhela en realidad la muerte.” ¿Qué quería decir eso? ¿Qué peligro? Soy consciente de alguna vez haber anhelado la muerte, pero ya había desistido ante mi incesante cobardía. Si debía clarificar mi concepto de peligro, considero que el único peligro en vida soy yo misma. Quizá eso me aproximaba a comprender, pero no lograba captar el sentido cabal de la aparición de tal frase en mi cabeza. 

Estoy segura de no haberla leído en ninguna parte, solo podría ser una formulación propia, pero tampoco es que me haya predispuesto previamente a pensarla. Me levanté de la cama, encendí la luz, y la escribí en mi block de notas nocturnas. Mañana la analizaría. Necesitaba relajarme y reanudar nuevamente el sueño.

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