El deleite de una majestuosa obra como la de Richard Wagner (1813-1883): Vorspiel/Prelude (Tristan und Isolde), no tiene precio. Numerosos estudiosos de sus obras han intentado analizarla por segmentos, pero la particularidad de esta obra lo ha imposibilitado de alguna manera, debido a su profundo efecto asiduo y su dinámica de constante transformación. Según Robert Erickson, compositor americano (1917-1997), el acorde de Tristan es un identificable sonido, una entidad que va más allá de sus cualidades funcionales en una organización tonal; el motivo diferencial, bajo las percepciones de varios analistas, es la propia duración. Este acorde ha aparecido también en obras precedentes como las de Bach, Mozart y Beethoven. Muchos músicos del Siglo XX con frecuencia la han identificado como un punto de partida para la desintegración moderna de la tonalidad. Tristan und Isolde fue escuchada por primera vez en 1865, considerado un acorde innovativo, desorientador, inclusive osado.
Desde el desconocimiento de tecnicismos musicales, particularmente la obra me parece que es la música que se reproduce en cada minuto que vivimos frente a una presentación de la forma y la tonalidad inseparablemente unidos, a modo de Eterno Retorno.
Y allí, el núcleo dramático de Prelude: una enorme cantidad de energía gastada al servicio de un escaso retorno se encuentra en el corazón germano, expresividad de su genio con problemas.
“…la música puede ser comparada con una lengua universal, cuya cualidad y elocuencia supera con mucho a todos los idiomas de la tierra.” - Schopenhauer
Mary Florence
Enero 2012
Enero 2012

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